jueves, 2 de febrero de 2012

¿Peregrina? Si, Sanjuanera para ser exacta.

Ni yo me la creía, se supone que iba a caminar 67 kilómetros entre cerros y matorrales, ¿con el propósito de encontrar la Iluminación?, no exactamente, sino para arreglar un bussines con la Santísima Virgen de San Juan.

Preparé mochila con lo básico: linterna pa´alumbrar el camino, un rollo de papel higiénico, dos vendas para amarrarme las rodillas, una botellita de agua, un par extra de calcetas, cámara para fotografiar la evidencia en caso de llegar, y un par de tenis, ah, y por recomendación que me dio  una señora: una aguja con hilo para coserme las ampollas, porque dicen que atravesando la ampolla con hilo y aguja se drena el liquido y ya no molesta.

Es una tradición desde no se cuantos años, que se haga un peregrinaje a pie, desde el lugar donde uno vive hasta la basílica de la Virgen de San Juan, agradecí ser de León, y no ser de Dolores, Querétaro o el Defe, si no, ¡que joda!

El viernes por la noche, mi hermanito me llevó hasta la “ye”, jajaja, mejor conocida como la  “i griega”, ya que desde ese lugar es donde salen las peregrinaciones, y donde se establece el “tianguis” que ofrece todo tipo de artículos para los peregrinos: linternas, bufandas, calcetas y calcetines, tenis, vendas, curitas, pomadas milagrosas anunciadas por merolicos, etc, etc. Antes de partir, abracé a mi carnal y le pedí que me echara la bendición. Salí del tianguis a las 20 hrs, rumbo al próximo rancho que es Lagunillas. Caminé, iluminada con las linternas de la multitud que andaba a la par, ya que no pensaba desperdiciar mis 4.5 horas de batería en los primeros tramos del camino.

Llegando a Lagunillas pensé seriamente en cenar, ya que ahí se establece otro tianguis, con muchos artículos para el peregrino y mucha comida, también para el peregrino. Pensé en la recomendación de mi hermano: - no comas nada hasta llegar a la carretera, te sentirás pesada y tardarás más si cenas. Así que solo disfruté del rico aroma de los tacos de pastor que ahí vendían, con la esperanza de “cenarme” unos cuando llegara a la carretera…

Seguí avanzando y llegué a un cerro con muchas piedras, las esquivé hábilmente, y eso que soy malísima para esquivar piedras, yo creí que eran Las Cruces… nada que ver. Después del cerro seguí caminando, por entre sembradíos y enrejados con púas que los mismos peregrinos habían quitado para recortarle al camino, ja! que tramposos…

La Luna se veía hermosa, y poco a poco se fue ocultando, cuando ya no la ví, pensé: -caray, ya va a amanecer. Así que verifiqué la hora en mi cel… eran las 22:35. Que mensa, es luna en cuarto creciente, su ocaso ocurre mucho antes de la media noche… -¿¿¿que no te enseñaron los Scouts las fases de la luna??? Si, pero ya no me acuerdo.

Pasé por algunas rancherías donde olía a rancho, tu sabes, ese peculiar aroma de estiércol de vaca, mezclado con pastura, con sudor de ranchero, con olor a rancio, con algo de polvo, mugre, tierra mojada y popó de gallinas… inconfundible.

Caminé entre lo que quedaba de un sembradío, solo se veían los surcos del arado a lo lejos, y mas linternas lampareando aún mas lejos, y hombres haciendo pipí un poco separados del camino… no me dio envidia ver que ellos si pueden hacer pipí de pie, porque en ese momento aun no tenía ganas de orinar.

Después de pasar por la polvareda, llegué a lo alto de un cerro, y al fondo en el valle, distinguí un templecito con unas cruces iluminadas en color azul… demasiado folclórico. Bajé el cerro lleno de piedras, muy peligroso por cierto, era de noche, había mucha gente bajando y otros que se aventaban corriendo para llegar mas rápido. Ah, ya, ésta es la famosa “Bajada de las Cruces”, ahí la gente todavía tiene ánimos para seguir, había muchachos cargando crucifijos, nichos de la virgen, cuadros, y chamacos en sus hombros. Saqué la linterna para iluminarme y no caer de boca.

Mis mayores temores eran dos: que un maldoso me llevara atrás de los matorrales para quitarme mi virginidad y otro era lastimarme con una caída, el segundo me preocupaba mas, porque ponía en riesgo mi llegada.

Llegué a Las Cruces y estuve tentada a sentarme a cenar, había todo un tianguis en la avenida principal del pueblo (la única avenida, creo), pero recordé que no debía comer nada hasta llegar a la carretera, así que me aguanté aunque moría de hambre, ya que no había comido ese día por las prisas de preparar todo para mi salida a San Juan.

Ahí en Las Cruces ya estaba cansada, y había camiones para abordar, con dos destinos: León y Lagos de Moreno. Pensé que no era conveniente vencerme tan rápido, sobre todo, porque dicen que la “Bajada de las Cruces” es el tramo mas peligroso del camino.

Me tomé una foto afuera de la capilla de las cruces iluminadas de azul, la foto sale toda borrosa, y es porque las manos me temblaban por el esfuerzo que hice para no caer en la bajada del cerro.

Pasando Las Cruces, me enfilé hacia una subidita, bastante pesadita, por cierto. Ahí escuche a una señorita que le marcó por el celular a su mamá: - no mamá, apenas vamos en la lomita despuecito de Las Cruces, si mamá, vamos bien, no mamá, no me duele nada, si mamá aquí vamos todos, no mamá, todavía nos falta lo mero bueno…. Pensé, ¿¿o sea que esto no ha sido nada?? Esa fue una de las llamadas mas desalentadoras de mi vida, ahí en se punto ya me estaba empezando a acalambrar de las piernas, y comenzaba a imaginar cosas… veía a lo lejos las estrellas, y solo podía pensar en alcanzar la tercera estrella a la derecha, para llegar a Nunca Jamás, lo malo era que la #$&%/ estrella no se dejaba alcanzar, yo caminaba y la estrellita se recorría hacia adelante.

Di vuelta a la derecha y seguí por una terracería… de tantas terracerías perdí la cuenta, pero en ese momento apenas faltaban cinco para la una, y lo se porque el señor que iba despacito a un lado de mi, estaba escuchando la “eLeGe la grande” en su radiecito de pilas.

En ese momento pensé en rezar para darme ánimos, pero comenzaron a pasar música del recuerdo, y comencé a cantar esa canción de Luis Miguel que dice: “dame una prueba de amor, que calme el dolor”… que calme el dolor: esa frase se me quedó pegada, sentía tanto dolor, y eso que todavía no llegaba ni a las vías.

Mucha gente, vencida por el cansancio, se acomodaba a dormir a un lado del camino, yo no podía hacer eso aunque me muriera de las ganas: no traía cobija, solo disponía de una sudadera y hacia un frío tremendo que solo podía mitigar caminando más, a parte, todavía faltaba mucho para llegar a algún lado, no quedaba de otra mas que seguir caminando.

Decidí quitarme el frío caminando, y comencé a sentir como se iba formando una ampolla en mi patita derecha. Hice caso omiso a las advertencias de mi pie, y seguí caminando ahora de bajada, pero con un montón de piedras, para evitar caerme, encendí la linterna… tenía miedo de caerme, si, de caerme, ¿¿te dije que tenía miedo de caerme??, pues si, porque de caerme, no llegaría a San Juan.

Caminé infinitamente, bueno, eso creí yo, pero por fin llegué a las vías. Cruzando las vías había otro campamento, y nuevamente me resistí a los olores de los guisados: pastor, chorizo, nopales, pastor, bistec, cebollitas, lengua, pastor, cabeza, suadero, pastor… ah, y también canela, café, y pastor.

Caminé otro rato, por entre dos sembradíos, limitados con alambre de púas, y en medio de una polvareda impresionante, y mas impresionante aun porque la gente que iba arrastrando los pies levantaba mas polvo. Me emocioné cuando a lo lejos escuché el sonido de un trailer frenando con motor, y pensé: perfecto, llegaré a la carretera… y podré cenar algo.

Nel, si era la carretera, pero apenas había llegado a Bachoco y lo supe porque olía feo.

 Me resigné y me dí ánimos, seguí por el asfaltado hasta la segunda entrada de Bachoco, la que huele mas feo, y ahí no pude mas, y me senté para reventarme lo que seguramente sería una ampolla en mi pie derecho, y sacar de la mochila otro par de calcetas para diabéticos… ¿¿por que para diabéticos?? Porque tienen compresión leve, las costuras por fuera, y están hechas de un tejido que permite la transpiración.

Cosí la ampolla  y la apachurre hasta que se secó, me puse papel higiénico y las calcetas adicionales, compré un gatorade para tomármelo a traguitos, me colgué la mochila y me enfilé para cruzar el puente de la autopista. Seguí caminando y pasé por otros dos ranchos, con su respectivo olor a rancho, y cerca de las 4 de la mañana estaba llegando a la comunidad de la Mesa.

La Mesa es todo un folclor: hay merolicos cantando sus productos mágico-curativos a esas horas de la madrugada, y sonaban bastante convincentes, tanto, que casi estuve a punto de comprar la pomada del aceite de la víbora de cascabel con grasa de coyote, que cura lo cansado, las reumas, los calambres, contracturas musculares, el pie de atleta, la cirrosis y lo feo.

Subiendo por la lomita, después del río de aguas negras, había más puestos de comida, más puestos de artículos de primera necesidad para el peregrino y más tacos de pastor. Pero como no había llegado todavía a la carretera, y por consejo de mi hermanito, no podía comer nada, pues me sentiría pesada, me tuve que aguantar las ganas.

 En La Mesa, aún estaba de ánimo, y todavía me veía decente a pesar del cansancio, del polvo y del frío.


Seguí con mi recorrido por el rancho de La Mesa, esquivé a tanta gente que estaba literalmente, echada a un lado del camino, y me dieron unas ganas tremendas de acurrucarme entre dos cholillos matoncillos con pinta de maras que estaban dormidos envueltos en una cobija, porque el cansancio y el frío ya me estaban pasando la factura.


Salí del pueblo a la par que iniciaba una peregrinación, eran las casi 5 de la mañana, y por lo que escuché, pretendían llegar a San Juan alrededor de las 12 del día… genial, me iré en la peregrinación y podré llegar al medio día…seeeeee, cómo noooo. Solo les aguanté el paso durante media hora, y eso porque moría de frío y necesitaba entrar en calor, pero mi piecito derecho me dolía, y supuse que la ampolla se había hecho más grande.

En la peregrinación, una señora traía un megáfono y se le ocurrió comenzar a cantarle a la Virgen… Dios, que miedo. Su voz se quebraba, pero era porque iba caminando y no tenía la capacidad pulmonar para conservar ni su respiración ni su canto. A parte, con el megáfono, amplificaba nuestro sufrimiento auditivo, y lo que era peor, el eco se escuchaba en la lejanía, allá donde empezaba el otro cerro, y en ese momento supuse cómo se originó la leyenda de la llorona:  podía jurar que a tres kilómetros, ese eco se transformaba en un clarísimo “ay mis hijos”. Caminando sola, con la oscuridad tan densa, el frío insoportable y escuchando los lamentos de la pobre mujer, comenzaba a sentir miedo.

Según mis cuentas, las peregrinaciones traían cuando menos 50 personas, de esas 50, por lo menos cinco llevaban estandarte, o nicho o crucifijos enormes; de esas 50 personas por lo menos 5 eran niños, de esas 50, cinco ya se iban quedando dormidos, No vi mujeres embarazadas, creo que el riesgo es mucho, pero si había mujeres con bebés en brazos, así supe que de cada cincuenta peregrinos, cinco son el diez por ciento.

En las comunidades que se encuentran sobre el camino, los pobladores se solidarizan con los peregrinos, y sacan a sus pórticos sillas y sillones para que nos podamos sentar a descansar, además prenden fogones para que conservemos el calor, y aprovechan para poner a hervir ollas con café, canela o una riquísima combinación de los dos.

Caminé temblando durante otro rato, y llegué a otro pueblo, me senté junto a una olla de canela para conservar el calor y cambiarme los tenis… a un lado de mi llegó a sentarse una muchacha, que de volada se quitó los tenis y las calcetas para pronto poner sus pies por encima de la fogata. –¿que estas haciendo pendeja? Preguntó su acompañante. –  me dijo tu mamá que si me salían ampollas me las cosiera y pos estoy cociéndome las ampollas, que no ves?. –si serás bruta, las ampollas se ‘cuecen’, con hilo y ‘abuja’!! (ý así lo dijo: las ampollas se cuecen).

Cuando intenté meter el pie derecho en el tenis, me di cuenta de que sería un gran error, sencillamente el pie no cabía. Tuve que resignarme a seguir usando los tenis viejitos de mi hermana y a conservar mi pie izquierdo sin cambiarlo de calzado, y sin ni siquiera acomodarle la calceta, pues corría el riesgo de que se hinchara y ya no cupiera otra vez. Me cosí con hilo y aguja otra ampolla del pie derecho, me puse la calceta y me levanté para seguir mi camino antes de  comenzar a entumirme.

Caminé durante mas tiempo, durante un tiempo que me pareció una eternidad, y mas eterno porque iba temblando de frío, y de cansancio, y de sueño, pero mas de frío. Me preocupaban mucho mis manos que estaban súper hinchadísimas, y en el alucine del cansancio comencé a cantar en voz baja: “my hands feel just like two ballons, ahhhhhh have become, comfortably numb”

Mi hermano me había dicho claramente, que no llevara chamarras o cobijas o algo que me limitara al caminar, puesto que con el movimiento, entraría en calor, pero en ese momento, podría haber dado mi reino por un sarape.

Me sentía un tanto indefensa, porque con el afán de ahorrar baterías, iba prendiendo y apagando la linterna aunque la oscuridad era densa y profunda, y es que tenía miedo de que la lamparita dejara de encender antes de que saliera el sol, pero al mismo tiempo temía caerme por no traer luz que iluminara el camino.

En ese punto, iba moqueando, la nariz me escurría a causa del frío y el papel me raspaba al limpiarme, sabía que de estarme limpie y limpie la nariz iba a terminar toda escoriada y al día siguiente tendría un ardor tremendo entre los labios y la nariz, pero solo había de dos:  aguantar la rozadura del papel al limpiarme, o dejar escurrir mi naríz toda la madrugada.

Le pedí a Dios que amaneciera pronto para poder calentarme con los rayos del sol, iba tan despacio que no alcanzaba a entrar en calor, y la llegada del alba me pareció una eternidad. Recordé que según dicen, las horas que anteceden a la salida del sol, son las más oscuras, eso era francamente desalentador, porque yo llevaba 5 horas observando una densa oscuridad y el sol no se dignaba a aparecer.

Dicen que las ánimas se aparecen por el camino de las Siete Lomas, que está entre la Mesa y la Puerta del Llano, eso no me preocupaba, creo que yo era la que comenzaba a asustar a la gente, ya que me veían sola, delirando, caminando despacito y hablando incongruencias conmigo misma.

Por fin, al subir una de las Siete Lomas rumbo a la Puerta del Llano, apagué la linterna, voltee hacia atrás, y vi por el cerro de La Mesa el alba mas hermosa que había presenciado en toda mi vida.


Tenía la esperanza de llegar a la Puerta del Llano antes de la completa salida del sol…nada mas lejos de la realidad. Escuchar los camiones a lo lejos era una franca tortura, porque por mas que caminaba, ni siquiera alcanzaba a ver la carretera, pero escuchaba claramente cuando los traileros frenaban con motor.


Sabía que una vez llegando a la Puerta del Llano podría “cenar” algo jajaja, ¿cenar a esas horas?. Estando desvelada y muy de mañana, lo que se me antojaba era un menudo, para no perder la costumbre, digo.

El solecito empezaba a iluminar mi vida y mi espalda, y con esto se me estaba quitando el frío, lo aletargado y la tristeza profunda que me daba sentir ausencia de calor, ahí en ese punto ya podía sonreír.


Caminando de subida por la lomita (son Siete Lomas, no sabía cuantas lomas llevaba recorridas), y a mi paso de tortuga, entable conversación con un señor que al igual que yo, iba con pasos cortos y rezando para llegar con vida a La Puerta del Llano. Me contó lo de su manda, y que la ampolla que se le había formado seguramente ya sangraba, que las rodillas estaban a punto de reventarle y que se sentía feliz de haber completado su manda, pues él únicamente prometió caminar de la Y hasta la carretera.

Por el cansancio que experimentaba, calculé que llevaba algo así como 80 kilómetros recorridos, pero en realidad eran aproximadamente 35 porque por fin había llegado a la carretera, donde está la tan esperada comunidad Puerta del Llano. (nótese la tierra en mi cabello, aún así, en ese punto todavía me sentía feliz y tenía ánimos de tomarme fotos)

Según me cuenta mi hermano, a veces tienen bandas que reciben a los peregrinos con tambora y tololoche, pero lo único que yo escuchaba eran campanas celestiales, porque podía por fin comer algo.

Había manteados, y debajo de los manteados, había menudo, tortas, tacos, gorditas, quesadillas, atole, tamales, y tantas cosas que no se me antojaban…¿¿y mis tacos de pastor??. Le llamé por teléfono a mi mamá para avisarle que ya por fin estaba en la carretera y preguntarle por mi hija. Hablé con ella, me dio ánimos y en vez de sentarme a comer algo, preferí seguir caminando para no llegar tan tarde a San Juan.

En el camino, a la orilla de la carretera, había gente regalando vasos de canela o café, tortas, naranjas. jugos, botellas de agua y otras cosas. Acepté medio vaso de arroz con leche. Me comí el contenido del vaso mas a fuerza que de ganas y seguí caminando. En ese momento ya no sentía hambre, mi cuerpo estaba entrando en un estado de vigilia, no había dormido, no había comido, ni siquiera tenía ganas de hacer pipí, y solo había tomado menos de medio litro de gatorade sabor limonada.

Mas adelante había mas gente regalando tortas de carnitas, tacos de birria con mucho jalapeño, tamales, quesadillas con guisados… Buenos Samaritanos, gracias,  pero aunque olía muy rico, no quise detenerme. Había mucha gente formada  y en ese momento las piernas se me empezaban a acalambrar de nuevo, eran a penas las 10 de la mañana, sabía que solo había recorrido un poquito mas de la mitad y que me quedaban muchas horas de sol por andar.


A la mitad de la primera subida iba, literalmente, arrastrando mis pies, los calambres en las piernas a penas me dejaban caminar, sabía que no podía sentarme, porque no había donde. Pensé en bajar a la cuneta para sentarme en el suelo, pero me imaginaba que de hacer eso, ya no iba a poder levantarme. Caminé aún más despacio para mitigar el dolor de mis piernas.

Me dí ánimos al empezar a bajar por la cuesta de la primera colina, porque mis pies se movían solos con la inercia de la pendiente. El gusto me duró poco, ya que en seguida se iniciaba otra cuesta arriba.

Me quité la sudadera y pensé que sería suficiente mi camiseta blanca para cubrirme del sol, sentía el airecito de la mañana que se filtraba entre mi ropa, y en ese momento ya había olvidado el frío que padecí en la madrugada.

Seguí caminando, mejor dicho, arrastrando lastimosamente mis piernas, hasta que bajé la segunda pendiente y me encontré con el que sería el primer tramo mas largo y eterno, (es que ese fue el primer tramo mas largo y eterno, luego vendría el segundo, luego el tercero, luego el cuarto y por último la larga y eterna entrada a San Juan).

Mas adelante comenzó a molestarme nuevamente la ampolla del pie derecho, me senté en una de las barreras laterales de la carretera,  me quité el calcetín y vi que la ampolla se había extendido hasta la base de mis dedos, me la reventé con las uñas, porque la aguja la había perdido, me puse el papel higiénico, la calceta, y me amarré el tenis con fuerza para no sentir el dolor de la ampolla, sino el de las agujetas cortándome la circulación…total en el camino se iba a aflojar el amarre.

En ese largo y eterno tramo, conocí a otra señora, ella es de Irapuato, pero comenzó a caminar en la Y el viernes a las 10 de la mañana, según me contó ya tenía sangrando las ampollas, pero estaba completamente determinada a llegar al templo por su propio pie.

Eran las 12 del día, y no sentía el sol, lo único que sentía eran los calambres de las piernas que no me dejaban caminar y el ardor de las ampollas en mi pie derecho.

A partir de la una de la tarde iba deteniéndome cada 100 metros para sobarme las pantorrillas por tres segundos. La gente me esquivaba y algunos me decían: -ánimo, ya falta poco, ánimo, ya mero llegamos.

Llegó un momento en el que me imaginé lo que debieron sentir los judíos en las famosas “caminatas de la muerte”, ya que me sentía a punto de fenecer.

En ese tramo había mas gente regalando naranjas y agua… todo lo rechacé, no tenía ganas de nada, solo de llegar para descansar por fin.

Me insistían mucho en que me comiera una naranja partida por la mitad, hasta creo que la gente que las regalaba se molestaba porque no quería recibírselas, imaginarme el ácido de la cáscara quemándome en los labios y las manos pegosteosas por la fructuosa, era motivo suficiente para declinar su amable ofrecimiento de naranjas dulces.

Ahí en ese punto, consideré ponerme bloqueador solar en la cara, por encima del polvo, y de la mugre. Desistí de la idea, porque con la polvareda de la noche anterior se me imaginaba que haría una plasta lodosa en la cara de untarme el Coppertone. En ese momento no quise imaginarme como me veía: cero glamour, el pelo lo sentía como un estropajo porque me lo sacudía y caía polvo, miré mis pantalones, y en la valenciana se juntaban como tres kilos de tierra, (con razón se me hacía pesado caminar, pensé).

Comencé a llorar por primera vez, y al limpiarme las lágrimas, quedaba lodo en el papel higiénico, eso me deprimió mucho, pero no sabía que me deprimía mas: el ardor de las ampollas, el ardor de la nariz por sonármela tanto, el dolor de los calambres, el sol de la una y media de la tarde que me quemaba la cara, la comezón por tanta tierra pegada al cuerpo o saber que aún me faltaba mucho por recorrer.

Al andar, pude reconocer que peregrinos vienen de Lagos de Moreno y quienes veníamos de más lejos, y es porque que quienes habíamos atravesado los polvosos barbechos traíamos tierra por toda la ropa, y quienes habían comenzado en Lagos caminaban alegre y rápidamente, además sus ropas y calzado no estaban tan sucios.

Cerca de Agua de Obispo, anduve la cuesta arriba más eterna de todas, y es porque la carretera hacia abajo hace curva y desde arriba se puede ver el otro extremo después del valle, la subida me costó como una hora y media, en un tramo que en condiciones normales hubiera hecho en quince minutos trotando ligeramente.

Después de tanto andar, por fin había un letrero que decía: entronque 2 kilómetros. Respiré tranquila y me dí ánimos para seguir avanzando. A la orilla del camino, un campesino estacionó su camioneta cargada de lechugas, frescas y jugosas de color verde. Les quitaba las hojas de encima, las partía en cuatro y le echaba sal y el jugo de un limón. Pa´pronto se formó una filototota, y yo pa´pronto me metí en la fila para que me dieran una de esas delicias. La verdad no se de donde saque fuerza para formarme, pero el esfuerzo valió la pena, porque la lechuga sin desparasitar y regada con agua de quiensabediosdonde, fue la lechuga mas rica que he comido en toda mi vida.

Comiendo y andando, me enfilé hacia la subidita del entronque, ahí ví a una pareja de novios que maltrechos y asoleados apenas podían con sus almas, me les uní en el dolor de la caminata y les pregunté cuanto faltaba todavía. La muchacha me respondió: -llegando al puente del entronque ya está San Juan.

Le pedí a Dios el impulso necesario para poder llegar al entronque, porque según yo, solo faltaba poquito para llegar al pueblo.

Ya no tenía ánimos de seguir, pero anduve hasta abajo del puente, ahí había más gente repartiendo naranjas y una muchacha que traía una canastita con algo que parecían dulces. Rechacé todo, como siempre, y al detenerme para cruzar la carretera, la muchacha puso en mi mano dos sedalmerck. Estuve a punto de regresárselos, pero en lugar de eso, me los tomé con lo que quedaba de mi gatorade que estaba casi hirviendo.

Cuando crucé el puente, solté el llanto, porque había un letrero que decía: San Juan de los Lagos 8 km.

Me senté en la gasolinera, raro que encontrara lugar, pero había una jardinera alta con sombrita y ahí le mandé un mensaje a mi mamá: me faltan 8 kilómetros. Inmediatamente me contestó: ánimo, la recompensa es grande. Se me ocurrió rendirme, pedir un Taxitel, o subirme en un burro que iba pasando jalando una carreta con alfalfa. Sin embargo decidí descansar, cerré los ojos, y al cabecear me di cuenta que habían pasado 20 minutos y que la petición a Dios del impulso necesario había llegado en forma de dos Sedalmerck´s: ya habían hecho efecto.

Me levanté y no me sentí entumida, comencé a andar deprisa con el afán de recorrer el mayor tramo posible y así conseguí llegar hasta la segunda gasolinera antes de que se me acabara la cuerda.

Cuando se me acabo la cuerda y me volvieron los calambres, me senté durante 10 minutos en el resquicio de un ventanal, y aunque las pompis no me cabían (ja! ni que estuviera tan nalgona), lo único que me preocupaba era no sentarme en el suelo, porque sabía que una vez sentándome ya no me podría levantar yo sola.

Seguí caminando pero muy despacio, las piernas no las sentí acalambradas, pero la nalga derecha si: el resquicio del ventanal cobra caro.

Arrastré mis piernas para seguir adelante, en ese punto, el sol ya me iluminaba por completo de frente, pero no me importaba que me quemara la nariz escoriada, ni que me cegara, ni que me bronceara de forma dispareja, en ese punto me concentraba en evitar la insolación porque a lo lejos comenzaba a ver espejismos, casi casi veía un oasis con todo y palmera.

La entrada a San Juan es eterna, por lo menos caminando, y aún mas eterna después de haber caminado 18 horas seguidas. Pregunté cuantas lomas faltaban para llegar y me dijeron: -‘es de la siguiente gasolinera a la otra gasolinera ya es, ya llegas’. Eso me dio muchos ánimos, porque ya había pasado dos gasolineras que estaban casi juntas, y como la siguiente se veía muy cerca supuse que no faltaría mucho para llegar.

Y es que en ese punto no podía llevar la cuenta de la distancia recorrida, todo era confuso, y no se veían a lo lejos las torres de la catedral, así que no tenía manera de ubicarme.

Pasé la gasolinera y la Cantina Oasis que tiene dibujada una palmera, y al llegar a lo alto de otra colina supuse que iba a ver la siguiente y última gasolinera, pero eso no sucedió. No se veía nada, mas que el asfalto de la avenida que en esos momentos se me hacía eterna.

Vi unas escaleras de una construcción abandonada y me senté a llorar. Pensé en rendirme en ese punto, ya no aguantaba mas, me ardía la cara, la nariz, tenía comezón, estaba acalorada y me molestaba el sudor que escurría desde mi frente arrastrando la tierra pegada a la piel, los labios me sabían a sal y tenía la boca seca, las piernas acalambradas ya no me dejaban seguir y me punzaban los pies de una forma indescriptible.

Reflexioné sobre rendirme, pero no tenía caso hacerlo, ya que me encontraba a tan solo una gasolinera de distancia, que traducido en metros, o mejor dicho en kilómetros era una cantidad desconocida, porque no tenía idea de cuanto faltaba, pero estaba segura de que ya no debía faltar tanto.

Caminé otra hora, nunca en mi vida había caminado tan despacio, en ese momento volví a mi rutina de repetir en mi cabeza que debía llegar, a bajar los santos y los ángeles y a pedirles a Dios y a la Virgen que me permitieran llegar entera.

Por fin, después de una eternidad, bajé por la pendiente y me topé con la esperada última gasolinera, y ahí, frente a mis ojos, estaba el pueblo!!!

En ese momento comprendí el por qué me habían mencionado la distancia en “gasolineras” y no en “lomas”, ya que si me hubieran dicho: - “es en la segunda gasolinera que está después de cuatro lomas”, seguramente me hubiera desistido de continuar a pie.

Entré al pueblo y caminé las diez cuadras que faltaban para llegar a la catedral mientras esquivaba a los vendedores de dulces y a los sanjuaneros que ya venían de regreso. En cada esquina me detenía para sobarme las pantorrillas y recuperar el aliento. Cuando por fin llegué al templo, me formé en una larga fila y me sentí desfallecer. Lo curioso es que al entrar no sentí cansancio alguno, pero si sentí unas tremendas e incontrolables ganas de soltar el llanto, avancé lentamente, no porque no pudiera caminar, sino porque la multitud no me permitía ir más rápido aunque quisiera. Es patética la imagen que capturé con la cámara, y en ese momento no me importó cómo me veía, solo quería dejar evidencia de que a pesar de los desalentadores pronósticos, ahí estaba: después de poco mas de veinte horas había logrado mi meta.

Me da gusto haber hecho el recorrido yo sola, ir a mi paso, entablar conversaciones con gente que ni conozco, conmigo misma, y con la Virgen, porque podría jurar que la escuché  entre el dolor y el cansancio.

Caminar a San Juan es como la vida misma: subidas y bajadas, piedras en el camino, gente que se adelanta  luego los dejas atrás, luego se vuelven a adelantar, luego se vuelven a quedar atrás. Gente que se queja, que reniega cuando ya se siente cansada, otros que son más viejos y a pesar de los años a cuestas siguen caminando sin chistar. La meta sigue al frente, pero hay muchas oportunidades de echarse a un lado del camino a descansar, o de rendirse y subirse a un camión para regresarse. Dolor, cansancio, mas dolor, felicidad por haber completado una meta, como llegar con vida al próximo pueblo.

El camino a San Juan implicó muchos retos para mi, el mas significativo fue darme ánimos por mi cuenta, había momentos en los que sentía que necesitaba el apoyo de alguien, que viniera alguien para abrazarme y decirme que todo estaría bien, que el sufrimiento pasaría y que iba a caminar a mi lado para asegurarse que yo estuviera tranquila. Me di cuenta de que en el camino a San Juan, como en la vida, estoy sola, y  que de mi depende estar bien y no estar esperando a que llegue alguien a mi vida para que me ayude a hacer las cosas que quiero hacer.

Finalmente el dolor pasará, el sufrimiento no será eterno, me olvidaré del enojo, del fastidio, del cansancio y perdonaré todo por la sencilla razón de no haber encontrado motivos suficientes para rendirme.

Después de todo esto, la pregunta es: ¿¿estoy lista para el Camino de Santiago?? La respuesta es: -no lo sé, pero si Dios me da licencia, el próximo año volveré a San Juan…le pedí a la Virgen que me haga un paro.

P.D.: las uñas de mis pies se caerán, me dolerá el cuerpo durante una semana y mi percepción de un “calambre de larga duración” será muy, muy clara. Dios, gracias, tu sabes lo feliz que me siento.

12 comentarios:

  1. Que bueno que llegaste!

    ResponderEliminar
  2. jajaja presumida... yo iba a ir pero no tenia para el camion de regreso jajaja .. jajaja
    para el otro año buscare con quien ir. o hay q organizar una para hacer nuestra propia peregrinación jajaja

    ResponderEliminar
  3. Emmy, con esto me acabas de demostrar que no eres la súper mujer que pensé que eras, resulto que eres mucho mas grande, puedo ver que terminaste una pendiente y estas en una subida, se que vas a llegar muy pero muy lejos y esto me hace una persona extremadamente orgullosa de ti, te quiero muchísimo y solo quiero que tengas en mente que no estas sola, todos tenemos caminos largos pero solo unos pocos llegan a la meta que querían, muchos se desvían o se quedan a ver pasar a los demás, y se que tienes tanta desicion que dios y la virgen te dieron el mejor regalo que pudiste recibir, te enseñaron a verte a ti misma y lo grande que eres y lo que puedes hacer!!

    ResponderEliminar
  4. xiabellita, estoy tan feliz que este viaje la Virgen y Dios te regalaran tanto!, tu relato ingrata me hizo reir, llorar y anhelar hacer ese recorrido. Amiga sabes todo lo que te quiero me siento honrada de contar con tu amistad. Eres grande te admiro... Pao

    ResponderEliminar
  5. La verdad es q valoro el esfuerzo q hiciste, lo q no me queda claro es la motivación, es decir... "una manda a la virgen"
    En lo particular no comparto la creencia de q la gente se tiene q flagelar fisicamente para "pagarle" a la virgen. Primero lo pides... y despues lo pagas?? no creo q de eso se trate una religión.
    Tu tenacidad para lograr esta hazaña es de aplaudirse, incluso debo reconocer q tu narrativa es por demas, exquisita. Me agrada como escribes. Y también te aplaudo eso.
    Ojala el ser humano entendiera q cuando uno se determina en hacer algo, se puede lograr aunque nos sinatmos desfallecer, asi como tu lograste tu cometido.
    Es cuanto.

    ResponderEliminar
  6. Me gusto mucho la forma en que describiste cada momento de tu viaje. Me hiciste recordar los dolores, olores, sentimientos y pensamientos que pasa un San Juanero durante el caminar.
    Saludos.
    Juan Pablo
    Orgullosamente San Juanero desde 1997

    ResponderEliminar
  7. buen relato yo fui 2 veces una como creyente y otra cuando empezaba a dudar de la fe y pues es una experencia que si se debes vivir al menos una ves en la vida para la proxima a la villa a pie hahahahahaahahahahaha

    ResponderEliminar
  8. Exquisito relato, me imagine caminando en medio del polvo, tropezando con las piedras, mi nariz inundada por ese olor a rancho y sobre todo esa fe que hace de lo ordinario algo extraordinario.

    ResponderEliminar
  9. "Caminar a San Juan es como la vida misma", no pudiste hacer un mejor resumen de la vida, en lo personal no he realizado este recorrido, pues no habia tenido una motivación real para hacerlo, pero después de leerte, ahora tengo un motivo para realizarlo. Habia escuchado que quienes lo realizan sin motivo o fé, no llegan, pero ahora quiero hacer ese recorrido!
    gracias por compartirlo! y felicidades por tener la fuerza para realizarlo!
    comparto la oppinión de tus amigos, eres una persona admirable una gran mujer!
    saludos!!!
    Esai

    ResponderEliminar
  10. De esta narración me quedan 2 cosas claras:

    1.- Que eres una mujer tenaz capaz de cumplir las metas que te propones.

    2.- Que tienes una narrativa exquisita, divertida y entretenida!

    Por lo demás,creo que el sufrimiento es innecesario!

    ResponderEliminar
  11. Emmy Tapia y Jon Nieve 23.y:

    Emmy, leí tu narración y coincido con Jon en todo, eres una magnífica narradora, me mantuviste pendiente del relato todo el tiempo, no pierde el ritmo ni decae el interés por más simple que pueda ser la historia. Felicidades ¿No has pensado en escribir algo más largo?


    Por supuesto que lo que sobresale en el contexto es el sadismo inherente a esa religón teotanatológica llamada cristianismo... ¿Que ganará nadie, dioses incluidos, con el sufrimiento INÚTIL de los demás?

    Porque, mira, que me digan que alguien desperdició su vida en un lazareto, es una locura pero al menos ayudó a los leprosos, el sufrimiento tuvo algún resultado práctico beneficioso... ¿Pero sufrir por sufrir...

    Sufrimiento en estado puro, inútil, sin sentido para AGRADAR a Dios? ¿Qué clase de SÁDICO es ese Dios?.. Bué, ya sabemos que no existe, rectifico la pregunta ¿Qué clase de sádicos son la jerarquías religiosas que impelen a los fieles a hacer estas cosas? Si vivo mil años, aún no lo entenderé.


    DDiderot

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jasimoto, Diógenes, DDiderot: Te agradezco mucho todo lo que me has enseñado en este tiempo. Me siento muy identificada con todos tus comentarios, y sé que soy una mujer afortunada por haberme topado no únicamente con el blog de Noé, sino con todas las explicaciones que amablemente brindas a quienes como yo, llegamos con preguntas incómodas y un carácter muy reprimido.

      De verdad muchas gracias, has despertado en mi el afán por vivir, dejé atrás la oscuridad sombría del sometimiento, y he descubierto que en fechas recientes ya me importa morir. Ahora sé que el sacrificio humano es absurdo, mi idea de inmolarme ha desaparecido, ya no pienso en morir, YOLO, ya amo la vida, por primera vez en mi existencia sé lo que es tener autoestima y me valoro por lo que soy y no por las expectativas que los demás tienen sobre de mi.

      Gracias por tomarte el tiempo para comentar, he de decirte que has salvado mi vida, ayudaste a que mi razón creciera.

      Emmy.

      Eliminar

Comentarios bienvenidos!